-Me subí en el tren subterráneo, que me llevaría de mi antigua y vieja ciudad, a mi nueva ciudad, y nueva casa, mucho más moderna, en donde mi tía Sonya vivía desde que mis abuelos decidieron "vivir solos", obligándola, (al igual que a mi madre), a irse de la casa. Pero esa no es la historia. Por ahora.
Me había despedido de los pocos amigos que tenía en los diecisiete años que viví con mis padres. Quizás había sido una mala idea. Emmy, mi hermana menor, me había sugerido mucho antes de volver a despedirme, no ir. Porque, después de todo, según ella, la amistad no existe. Puede que tuviera razón en ese entonces. Me había parecido que en mi última visita en ese pueblucho, todos se habían comportado demasiado distantes y despreocupados con mi ida- para siempre- de la ciudad. No me importó. Nunca he sido demasiado efusiva, ni amistosa, por lo que pensaba de mi la gente, me valía gorro. Y por ende, si no tenía amigos, mucho menos tenía novio.
Después de todo, salir de esa ciudad, fue lo mejor que me haya pasado en la vida... pero la razón por la cual sucedió, no fue para nada placentera.
Me senté al lado de un joven de unos veintidós años de edad, que estaba leyendo un libro de misterio. Era bastante guapo, tenía los cabellos negros, la piel clara, unos ojos color... ¿gris? y usaba unas gafas negras. Me dedicó una mirada, y luego una sonrisa cuando me senté a su lado. Me puse los audífonos y le puse play a la lista de canciones de Incubus, uno de mis grupos favoritos. Abrí mi bolso, y saqué de ahí el estúpido libro que me estaba haciendo leer Sonya, un clásico, (y uno de los favoritos de Sonya), nada más ni nada menos que Romeo y Julieta, de William Shakespeare. Ella me había dicho:
"-Anne, espero que esta clásica obra de amor, ablande un poco tu corazón de piedra..."- me lo dejó sobre la cama, y bajó danzando por las escaleras. Lo observé, sin querer tocarlo, y cuando recordé que Sonya tenía como ocho mil ejemplares, lo eché al bote de la basura. Me había regañado toda la semana, y me había castigado, mientras que Emmy se reía a carcajadas de mí.
Como si eso fuera posible, ablandar mi corazón. A mí no se me daban esas cosas, quizás a Sonya sí, pero no a mí.
Después de todo, parte del castigo, había sido leer completamente Romeo y Julieta.
Sólo me quedaba el último acto, (¡Gracias a Dios!), cuando el guapísimo joven quien estaba a mi lado, se empezó a reír, de una manera increíble, ¿Qué lo haría reírse tanto? Fue entonces cuando me miró, y comprendí que de lo que se estaba riendo, era yo:
-¿Qué te sucede?- dije entre molesta y curiosa. Él se aclaró la garganta, y trató de parar de reír, hasta que lo logró. Se giró hacia mí muy serio, pero al mismo tiempo torciendo el gesto para impedir que una sonrisa se le escapara.
-Nada...- logró balbucear. No dijo más, y con una tela fina, comenzó a limpiar sus lentes, mientras una sonrisa burlona se dibujaba en su rostro. Ahora de verdad tenía curiosidad:
-Te estabas riendo de mí...- dije mirando al niño dormido en los brazos de su madre, que estaba al frente de nosotros, luego miré mi libro, y lo miré a él. Él me observaba con los ojos un poco estrechos, pero luego su mirada se ablandó, y contestó:
-Te has dado cuenta, lo siento, pero en verdad, era inevitable. Pido perdón, nuevamente...- hablaba como todo un caballero, y tenía un tono de misterio en su voz.
-Aún no me has dicho porqué...- dije guardando el estúpido libro en mi bolso. Me quité los audífonos, y lo miré. Él también me observaba, cuando se le escapó una risita delatora:
-Claro... pues, es realmente divertido verla leer...- dijo mirándome. Yo arrugué el entrecejo, ¿De qué demonios me estaba hablando?
-Lo que sucede, -continuó cortésmente- es que mientras usted leía, hacía unos gestos muy extraños...
-¿Qué?- dije sonriendo con suficiencia.
-Déjeme proseguir, por favor...- asentí-... pues, usted arrugaba el entrecejo, como lo hace justamente ahora, arrugaba la nariz, y ponía los ojos en blanco, entonces, yo me pregunté: "¿Qué libro estará leyendo, que le está causando tal desencanto?", y cuando noté que era Romeo y Julieta, estallé en carcajadas. Perdóneme, de nuevo. Es que usted es una persona realmente intrigante, es la primera jovencita que conozco, que no le gusta, o que no llora con Romeo y Julieta... eso es todo... pero he notado que la he interrumpido, adelante, continúe, le queda el último acto...- Lo miré enarcando una ceja.
Ah, así que eso era...-pensé. Saqué el libro, y le di una fugaz mirada al joven a mi izquierda. Él me sonreía con aprobación. Nunca había sido lenta en leer, y esa no sería la excepción. En sólo unos minutos, terminé. Suspiré."Mi castigo celestial" había terminado. Sonya me conocía muy bien como para determinar que leer un libro de amor era un excelente castigo.
-Entonces...- me dijo el joven. Me volteé para mirarlo a los ojos.
-Entonces...- repetí, deteniendo la canción, y guardando mi Ipod en mi bolso.
-¿Qué le ha parecido?- dijo seriamente, evaluándome con la mirada.
-Me ha parecido... - hice una pausa dramática-...una ridiculez, y una mera pérdida de tiempo...- concluí mirando el libro. Luego alcé la mirada, y le observé. Comenzó nuevamente a reírse, pero no tan escandalosamente como antes:
-Era de esperarse...- susurró- de verdad, usted me intriga... ¿No le gusta Romeo y Julieta?
-¡Claro que sí! Yo adoro Romeo y Julieta...- dije sarcásticamente, mientras ponía los ojos en blanco- No, en realidad, no es para nada de mi agrado Romeo y Julieta... odio los libros de amor... me repugnan por completo...
-Un momento- dijo interrumpiéndome. Le miré- Si repugna los libros de amor... ¿Porqué leía Romeo y Julieta? De verdad, que no la entiendo... ¿No sabía usted de qué trataba? Porque si es así, de verdad que sería extraño... aunque, usted es diferente a las demás jovencitas de su edad, por lo que... ¿No debería extrañarme, no? Pero, si fuera así, tampoco entiendo, si no le gustó el libro, ¿Porqué continuó leyéndolo?...- levanté el dedo índice de mi mano izquierda contra sus labios, (a dos centímetros de distancia). Él se detuvo de hablar de inmediato.
-Deje, por favor, de sacar conclusiones apresuradas, me desespera, de verdad...-él guardó silencio durante un momento, y yo también. Cuando recordé la razón por la cual estaba leyendo ese estúpido libro, enrojecí de la vergüenza. Bajé la mirada, y solté una risita:
-Am... -reí nuevamente- Lo leí, porque... bueno, porque...
-Porque...- dijo animándome, e ignorando, (cortésmente), que cada vez mi cara enrojecía más.
-Lo leí, porque fue un castigo...- le solté. Su cara se relajó, y me entendió por completo:
-La castigaron- no era una pregunta directa, pero de todas maneras asentí. Su rostro parecía serio, pero luego una sonrisa encantadora apareció en su rostro:
-¿Quien?- dijo mirándome sonrientemente. Aturdida, tuve que mirar hacia otro lado:
-Am... Pues, Sonya, mi tía... - Le miré, y él asintió, aún con esa sonrisa kilométrica en su rostro:
-¿Y... porqué?- Era una persona bastante curiosa, pero no me molestó, sólo que a muy pocas personas (casi ninguna), les interesaba mi vida, o lo que tenía que decir.
-Si es que se puede saber...-prosiguió... él era verdaderamente cortés.
-Pues... porque Sonya, deseaba que me sensibilizara, y que se "me ablandara" el corazón, de alguna u otra manera... yo sabía que Sonya tenía más de un ejemplar, por lo que de pura rabia y convicción, lo tiré a la basura...
-¿Lo tiró a la basura?- dijo riéndose- Muy entendible, tratándose de usted... Y también tomando en cuenta su edad, y sus reacciones...
-¿A qué te refieres?- le dije encolerizada. Él guardó un silencio precautorio, al advertir el tono de resentimiento en mi voz. ¿Quién se creía que era como para evaluarme así?
-Discúlpeme, creo que me he expresado mal...-dijo con tono de disculpa.
-Sí, lo has hecho- dije interrumpiéndolo. Crucé los brazos sobre mi pecho, y observé las luces fugaces que se asomaban por las ventanas de la subestación.
-Perdón....-dijo por enésima vez-¿Podría seguirme contando lo de su castigo?
-¿De verdad te interesa?- dije enarcando una ceja, pero sin mirarlo.
-¿Se lo preguntaría si no fuera así?- era increíble el poder que podía emplear él sobre mí, era como si no pudiera resistirme, y tuviera que contarle todo, hasta lo que comí ayer.
-Am... Pues...eso fue todo, por eso me castigó, empleé un mal comportamiento con ella... además ella ama la literatura cursi, en cambio yo no... -me quedé pensativa durante un momento- No sé... pero... siempre me han dicho que vengo de otro planeta... sé que suena estúpido... pero... yo siempre he sido diferente... bueno, ya te diste cuenta-dije sonriendo. Nunca le había dicho tanto de mí a una persona que no fuera Emmy y que acababa de conocer... pero, me hacía sentir bien.
-Debe ser... extraño ser especial... debes sentirte única...-la última palabra la había dicho en un tono que no me gustaba.
-Yo no he dicho que soy especial- dije abriendo los ojos más de la cuenta.
-Usted lo es... sé que no lo ha dicho, pero yo se lo estoy diciendo, de mi parte...-me miraba fijamente, se notaba que hablaba en serio.
-¿Okey?-dije muy nerviosa, mientras jugaba con mi pelo.
-Tranquilícese, no soy un psicópata, se lo prometo...-dijo serenamente.
-Eso de verdad me tranquiliza...-dije riéndome, él me observó, con cara de nada, y luego se unió a mi risa.
De pronto, el tren subterráneo se detuvo. Había llegado a mi destino, ya era la hora de irme. Me levanté, y tomé mi bolso, lo puse sobre mi hombro izquierdo. Me giré hacia el joven, que también se levantó:
-¿Te bajas aquí?- dije sorprendida. Si era así, no iba a ser la primera y última vez que nos viéramos:
-Así parece...-dijo riendo- Aquí vivo, y creo que usted también...-asentí vigorosamente. Caminamos en silencio hasta salir de la subestación, al llegar a "la sociedad civilizada", nos miramos al mismo tiempo. Y por eso, nos reímos juntos:
-Debo tomar un taxi...- dije cuando acabé de reír. Él, sonriendo, asintió:
-Sí, de hecho, yo también debo tomar un taxi...-nos miramos, estaba demás, decir que nos iríamos en el mismo taxi:
-¿Le importaría que compartiera un taxi con usted?-yo asentí, riendo. Era demasiado educado... nunca había conocido a una persona de su edad tan seria y madura. Realmente, no sé cómo me soportaba... recuerdo que cuando era niña, (sigo siendo una niña, pero ahora no tanto), ningún adulto deseaba estar conmigo, porque decían que con mi pesimismo les arruinaba el día... Pero este jovencito, que me estaba teniendo la puerta del taxi abierta, como un verdadero caballero, era diferente a los adultos que me repelían... él y Emmy, -y a veces también Sonya-, eran los únicos que me entendían, y que no salían huyendo despavoridos lejos de mi.
Me subí al taxi, él cerró mi puerta, y entro por la del otro costado, dándose toda la vuelta para no molestarme.
Fue extraño que no quisiera hablarme durante todo el trayecto. Cuando el taxi llegó al frente de mi nueva casa, tomé mi bolso. Me giré hacia él. No sabía si despedirme o no. No tenía ni idea de qué decirle. Él sólo me sonrió:
-Adiós...-balbuceé. Él soltó una risita, y cuando iba a cerrar de un portazo, me dijo:
-"Adiós, cuídate Anne... volveremos a encontrarnos más pronto de lo que crees..."-aturdida, cerré la puerta del taxi. Me quedé ahí parada un momento, viendo cómo el taxi doblaba a la derecha en la esquina... Un momento... algo no estaba bien...
¡Yo nunca le había dicho mi nombre! Eso... eso era imposible, ¿Cómo era que él lo sabía? Era, era algo completamente ilógico, irracional... Ahora, tenía que calmarme, y pensar, ¿Se lo había dicho?
En ese momento, una fuerte ráfaga de viento me azotó la cara y los rizos por completo. Hacía mucho frío. Me miré, sólo estaba con una blusa del color de la piel muy delgada. Me puse el chaleco azul que estaba dentro de mi bolso. Me senté sobre el césped mojado del ante jardín de Sonya.
Empecé a procesar todo lo que habíamos hablado, y, no, yo en ningún momento le había mencionado mi nombre, y él tampoco a mí... ¿Cómo era que sabía mi nombre?... o, ¿Sería que ya estaba enloqueciendo al fin?
-Anne...- dijo Emmy desde la ventana. Estaba apoyando su espalda contra el marco de la ventana, y su pierna izquierda colgaba ventana abajo- ¿Qué haces ahí sentada? Anda, entra, se asoma una tormenta...- dijo mirando hacia el horizonte. Y tenía razón. El cielo repentinamente se nubló, y unas nubes negras y aterradoras se asomaban, más cerca de lo que esperaba. No había alcanzado a ver el crepúsculo, como hacía casi todas las tardes.
No sé porqué, pero desde ese día, todo comenzó a ser diferente. Emmy tenía razón, una tormenta, negra y oscura se asomó en mi vida. Desde ese día...